Está claro que para que las cosas sucedan debemos esforzarnos, “nada cae desde el cielo más que la lluvia” decía la abuela. Pero si bien es cierto que muchas de las directrices que definen el rumbo de nuestros actos son enteramente propiciados por nuestros deseos y nuestras inquietudes, también debemos reconocer que gran parte de lo que pensamos y queremos hacer es obstaculizado por una limitante tan simple pero tan voraz que indiscutiblemente puede desarmarnos la cabeza y arrojarnos a un vacío del que no se sale aunque hayamos cerrando los ojos y pensando en desaparecer. Este elemento es, sin lugar a dudas, la vergüenza, la pena, el bochorno.
Para efectos técnicos les comento que la RAE (Real Academia Española) refiere el término vergüenza como una turbación del ánimo ocasionada por la conciencia de alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y humillante.
Es bastante obvio lo desagradable que puede resultar cuando se presenta alguna situación de ese tipo, sobre todo si resulta de alguna falta o descuido. Sin embargo, existen situaciones en las que sentir vergüenza no está justificado; pararnos frente a un grupo de personas, tomar la palabra y sufrir un desgraciadisimo pánico escénico puede truncar una fructífera carrera que dependa en gran medida de la habilidad oratoria y del manejo de los nervios.
Por otro lado, la gran mayoría de empleos se otorgan en la medida que se observa seguridad en el aspirante al trabajo, esa seguridad que se manifiesta por la evidente experiencia (aunque puede existir incluso sin ella), y que crea una expectativa de alta competitividad. Además, cabe mencionar que las ventas pueden brindar excelentes ingresos, pero un vendedor que se encuentra frente a frente con su cliente tiene prohibido experimentar vergüenza, ya que no solamente se demerita a él mismo y a sus capacidades, sino también al producto y la empresa que representa.
Innumerables casos de éxito han comenzado tras salir de la burbuja ilusoria del estereotipo de la vanidad, individuos que dejan a un lado el “qué dirán” y que comienzan a veces desde lo más humilde de un pequeño emprendimiento, donde otros se quedaron rezagados porque sentirían vergüenza solo de imaginar que sus conocidos los vieran o se enteraran que ahora venden (por ejemplo) dulces, jugos, tacos, etc, aunque, dicho sea de paso, algunos lo hacen de manera temporal para pagar sus estudios y otros como un medio de subsistencia que puede crecer hasta volverse monstruosamente rentable.
Por último, como bien se sabe, hay gente que prefiere las cosas fáciles y cómodas en su zona de confort, posiblemente cohibidos por el temor a la crítica o la burla, pese a que eso signifique quizás la renuncia a la lucha por lo que verdaderamente representan sus sueños. Con esto no quiero decir que aquello no funcione, pero hasta para vivir de lo que realmente nos gusta hacer se requiere del valor y la motivación que solamente se obtienen una vez que trascendemos las opacidades del sistema y la vergüenza injustificada.
Es evidente que la confianza es un elemento invaluable que nace, crece, madura y da sus frutos en la medida que el autoestima se nutra y se desarrolle. Así que: