La Grover Compañy en Los Teques

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La Grover Compañy en Los Teques

El día 02 de septiembre del año 1945, se escuchó en casi todo Los Teques, una sirena que normalmente sonaba sólo 15 segundos en la mañana y en la tarde, para anunciar la entrada y salida del personal de trabajo de la Grover Drive Company. Ese día, sin embargo, la razón por la que se escuchó casi una hora, era que con ella se anunciaba el fin de la Gran Guerra, la capitulación de Alemania en la Segunda Guerra Mundial, que había durado 5 años y 1 día, y había dejado un promedio de 60 millones de personas muertas, más de 200 millones de heridos, y cuantiosas pérdidas materiales, que dio lugar al Plan Marchall de reconstrucción de Europa.Un año antes, la Grover Drive había empezado la construcción del dique de Agua Fría en la montaña de La Laguneta, como uno de los logros más importantes del gobierno del general Medina, y que tendría un impacto extraordinario en el destino de Los Teques, por la cantidad de gente que aglutinó en la construcción de unos sistemas de agua potable que todavía, y por muchos años más, surtirá la Gran Caracas.

Los parroquianos se alarmaban cuando veían pasar hacia la montaña de Pozo de Rosas y La Laguneta, unos camiones canadienses a los que llamaban “Los Camaleones”, por una ventana de vidrio movible, que tenían en la cabina del chofer, y que según algunos, fueron utilizados al comienzo de la guerra, para repeler los ataques aéreos.

Manejar un camión como aquél, despertaba la envidia de los demás trabajadores, por tener la habilidad para manejarlo, por el sueldo que ganaban, y el trabajo cómodo de llevar y traer materiales y a los obreros los fines de semana. Carlos Perdomo, de Los Teques, quien tuvo el título de manejo número dos, y Miguel Ángel Rincón,tractorista y chófer, venido del estado Zulia, fueron dos de los pocos que tuvieron ese privilegio.

Por varias razones, en mi infancia escuchaba con frecuencia muchos cuentos de aquella compañía americana, que operaba en lo que fue el lugar de nacimiento de mi familia materna, allá en la montaña de La Laguneta; por un accidente que sufrió mi tío Tomás Lozada, mientras trabajaba en los patios de la compañía, situados con las oficinas en Campo Alegre, en la hoy urb. Cardenal Quintero, cerca de las casas de arquitectura suiza, que se habían construido por el “Ferrocarril Alemán” para los ingenieros que dirigían la obra, finalizando el siglo XIX, pero también porque en la Grover trabajaba mi madre como maestra, dándole clases de educación primaria a muchos obreros en el turno vespertino. También la Grover Drive Company era tema de conversación porque fue el lugar donde mis padres se conocieron y se comprometieron en matrimonio, y un evento singular de carácter histórico, en la misma escuela donde enseñaba, a mi madre la nombraron Presidenta de Mesa, con apenas 20 años, en las primeras elecciones donde votaron las mujeres y los analfabetos en el país, para elegir representantes que habrían de elaborar la nueva constitución de corte democrático en Venezuela.

Hasta 1949, cuando la dictadura perezjimenista le quitó el cargo de maestra a mi mamá, cada 15 días, mi abuela y mi madre salían desde Los Teques con los primeros cantos de gallos, para estar en Pozo de Rosa a media mañana. Caminaban sin descanso por una carretera de tierra que cuando llovía se convertía en un barrizal, y si tenían la fortuna de encontrase con el transporte, podían calzarse ese mismo día, pero si no, aparte que corrían el riesgo de perder el calzado que se hundía en ese pantano arcilloso, cuando llegaban tenían que meter los pies inflamados en agua caliente, y sólo hasta el siguiente día les era dado caminar otra vez, sin padecer por la travesía.

Pero la historia más dramática de cuantas escuché en mi infancia relacionadas con la Grover, la de mi tío Tomás fue la más dolorosa. A sus 30 años, tuvo aquél accidente, al cargar una bombona con una sustancia corrosiva, que se le vino encima y le carcomió la piel de la cara, el cuello, uno de los brazos, el pecho y la espalda. El dolor fue tan grande, que se desmayó. Lo llevaron al hospital Vargas y allí permaneció como 3 meses, bajo un tratamiento de la época tan terrible como el accidente mismo. Afortunadamente sobrevivió por tanta oración de mi abuela Paula, y porque lo esperaba un destino, al crear su propia familia.

Todos los que trabajaron en esa compañía americana recordaron por el resto de su vida, la experiencia de encontrarse con nativos de todos los rincones de la geografía nacional, portugueses y antillanos, con modos de hablar diferentes en su entonación, otros modismos, las costumbres en la comida y el vestuario, las creencias religiosas, sus comportamientos después de unos tragos, la actitud ante las bromas humorísticas, el aseo personal, y tantas cosas que la obligación de estar juntos en el campamento, les imponía como una prueba de tolerancia para la que muchos no estaban preparados.

Sin embrago, la suprema impresión de la mayoría se relacionaba con aquel bosque virgen, con su clima templado y sus montañas exóticas, con un habitat descomunal, por la diversidad de aves que mantenían su canto durante el día entero, y los casi incontables frutos comestibles, que sin ningún esfuerzo alimentaban a un hombre, sin necesidad de recurrir a los comedores de la Compañía.

Cuando la mayoría del personal bajaba los fines de semana para divertirse, Los Teques se convulsionaba, sobre todo en los bares y mabiles, las zonas de tolerancia, los hoteles, las pensiones, los restaurantes, el transporte, y hasta la Policía, que debía trabajar sin descanso durante tres días, hasta el lunes muy temprano, cuando soltaba a la mayoría de los arrestados por peleas o comportamiento contra las buenas costumbres, como se decía entonces.

Fueron cuatro años, mientras duró la construcción del embalse, que le aportaron a la economía local lo que ningún otro evento productivo le había dejado a la aldea montañosa, si exceptuamos la construcción del Ferrocarril.

Primero vino la desforestación para abrir las picas, mientras se hacían los levantamientos topográficos, enseguida la elaboración de los planos, la construcción de unos muros enormes, para albergar casi seis millones de metros cuadrados de agua; la instalación de las tuberías a través de las filas de las montañas, y finalmente, el tiempo en que se adiestraba a los hombres que tendrían a su cargo el abrir y cerrar las tomas de agua, para mantener el nivel de la represa.

Hace más de dos milenios, los griegos ya habían calculado con total precisión, el número de habitantes que de forma óptima, debía tener una ciudad. A ese cálculo lo denominaron “Magnitud Optima de la Población”. A pesar de ello, en Venezuela se violaron desde siempre, y de forma sistemática, esos preceptos, pues desde hace 75 años, que es la edad de los diques surtidores de agua de la llamada Gran Caracas, ha sido muy poco lo que se ha hecho para auxiliar una represa que satisfaga las demandas de una población que crece sin control, y lo que es peor, la invasión indiscriminada de áreas verdes por parte de particulares, cuestión que disminuye, sin que a ningún gobierno le importe, la conservación de los manantiales que abastecen esas reservas de agua potable.

César Gedler

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