La fuerza del espíritu

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2 years ago

La fuerza del espíritu

En una macilenta tarde del año 1816, mientras se multiplicaban las muertes en los campos de batalla donde se peleaba por la liberación de Venezuela del yugo español, una mujer de apenas 17 años, completamente sola, estaba pariendo una criatura en la penumbra de un calabozo oscuro y húmedo, abrasada por un calor sofocante que se intensificaba por la falta de ventilación, en el castillo Santa Rosa, de la Isla de la Margarita.

En los primeros meses de prisión apenas contaba con una porción de agua y una sórdida comida para cada día, hasta que por la intercesión del capellán se logró que le trajeran alimentos de casa de sus familiares y le iluminaran el calabozo en las noches, pero aun así, la deshidratación y la mala nutrición en el embarazo determinaron la muerte prematura de la niña recién nacida.

Dos años antes, los realistas habían asesinado a su padre y a su hermano mayor en el mes de marzo, y en julio, ante la arremetida de Boves sobre Caracas, tuvo que salir con sus cuatro tías, su madre y el hermano menor en la llamada Emigración del 14, o Emigración a Oriente, de la que no sobrevivió ninguna de sus tías. Tres semanas de camino a pié, mal alimentados, con las lluvias, las plagas y las tropas de Morales encima, fueron venciendo a los más débiles, por lo que sólo alcanzaron a llegar algunos favorecidos y los dotados de coraje y fuerza física. Era el final de la Segunda República…

Esta joven mujer había sido apresada en estado de gestación algunos meses antes, para presionar al General Juan Bautista Arismendi a canjear la libertad de su esposa por unos prisioneros del comando mayor del ejército enemigo. Tanto la prisionera como el General Arismendi eran decididamente patriotas, por eso a ella no le extrañó cuando supo la respuesta de su marido: “Dígale al jefe español que sin patria no quiero esposa.”

Antes de caer la noche, la madre lloraba desconsolada la muerte de la niña recién nacida, pero ni esto, ni las amenazas de tortura que pesaban sobre ella, lograron quebrantar su determinación ni su fe inconmovible en el sentido de su lucha. ¡Esa mujer se llamaba Luisa Cáceres de Arismendi!

Luisa Cáceres nació en Caracas al finalizar el siglo XVIIl, el 25 de septiembre de 1799. Para ese momento, en la ciudad se respiraba un clima de intensa actividad intelectual y artística, expresado entre otras cosas en las tertulias político literarias y en la música académica, que mereció el título de “Milagro Musical Americano”, y suscitó tantos comentarios. El padre de Luisa, quien era maestro de gramática latina, supo inculcar en ella la pasión del conocimiento a través de los clásicos, y antes de su adolescencia ya era un ser adelantado, con una formación respetable, un criterio maduro de su dignidad en cuanto persona, un sentido de la libertad, y del coraje espiritual y físico, frente a las adversidades.

La referencia ejemplar que nos deja esta heroica mujer la podemos desglosar en varios significados, y el más hondo de ellos se relaciona con el coraje en cuanto actitud de vida, o de enfrentamiento existencial. Para Platón, como nos lo deja ver en el Laques, una de sus obras claves, la virtud más elevada que el hombre puede desarrollar es el Valor, entendido éste en términos de valentía, pero igualmente en su definición moral para enaltecer lo que merece respeto incondicional, sea la libertad, la verdad, la lealtad u otro atributo semejante. Igualmente para Heidegger, y para Paul Tilich, el valor, comprendido como la capacidad de enfrentar la angustia y el vacío existencial que constela a todo ser humano que se relaciona con la vida desde la conciencia, es la más humana de sus virtudes, porque no es posible asimilar el reto de la libertad o la verdad si no se tiene consigo la actitud del valor o coraje, es decir, una auténtica dimensión de ser.

La condición particular de Luisa Cáceres con su padre, no sólo ilustra el afecto equilibrado y definido entre ellos, sino un ejemplo de continuidad en el orden de los temas fundamentales, relacionados con su realización personal en la propia tradición, y el respeto de las manifestaciones culturales universales, pero también la consagración de la vida a un ideal superior, un tema impuesto por la influencia romántica, en su sentido filosófico, que se expresa en la búsqueda de la trascendencia como sentido otorgado a la misma existencia.

Es necesario retomar la comprensión de la sensibilidad romántica en nuestra formación cultural, para valorar justamente el esfuerzo que debieron hacer los antepasados en la conquista de muchos derechos que hoy disfrutamos, sin recordar que estos derechos tienen un antecedente de sangre, dolor, esperanza y esfuerzo en sus espaldas, y que tenemos una deuda con aquellos mártires, como es el caso de Luisa Cáceres de Arismendi.

Luisa Cáceres nació para vencer la adversidad. Pertenece a esa legión pro homini que surgió inexplicablemente a principio del siglo XIX en un mismo tiempo, lugar y propósito: Miranda, Bello, Rodríguez, Bolívar, y otros tantos que convirtieron a Venezuela en referencia obligada, al darle a nuestra historia una proyección ecuménica, una orientación prospectiva, y en su momento, una capacidad de diálogo con el resto del mundo.

Luisa Cáceres de Arismendi habría de sobrevivir 50 años a aquellos momentos en que creyó terminada su vida. Dos meses más tarde es trasladada a Caracas como prisionera en el convento de la Inmaculada Concepción, donde prevaleció la idea de aislarla de todo contacto familiar o amistoso, pero su conciencia lúcida se mantuvo siempre apegada a sus convicciones de libertad, de independencia, de individualidad republicana. Del convento es trasladada a España en el buque “El Pópulo”, junto a otros patriotas reconocidos, pero afortunadamente fueron asaltados por un barco corsario que liberó a los prisioneros en las islas Azores y de ahí llevada a Cádiz, de donde logra escaparse en 1817 rumbo a Filadelfia, hasta que su marido se impone en La Margarita, y ella regresa para ser recibida con Honores de Guerra.

Unos años después regresa a la recordada Caracas de calles empedradas, en la que vivió hasta su muerte, en 1866, a los 67 años de edad, sin necesitar ni reclamar más honores ni privilegios que los otorgados por su propia historia.

De esta mujer nacida aquel 25 de septiembre, se puede decir, junto a otros prohombres que trascendieron su horizonte al comprometer su vida por la independencia del país, aquello que José Enrique Rodó dijo de Bolívar: “Grande en el pensamiento, grande en la acción, grande en la gloria, y grande en el infortunio”

César Gedler

Retrato de Luisa Cáceres de Arismendi. Autor: Emilio Jacinto Mauri. (1855 - 1908)

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2 years ago

Comments

Excelente escritura. lamento no tener aún como recompensar tu publicación, pero tienes un nuevo seguidor y un Like. Gracias por tan agradable información. Saludos patrios cacique.

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2 years ago

Mi amigo te confieso que el titulo de tu publicación no me llamo mucho la atención. Pero apenas comencé a leer el primer párrafo quede pegado a la lectura. Lamento no tener como recompensar tu post como es debido, ya que esta información no solo es valiosa en términos de conocimiento de la historia de venezuela, sino como la enlazas y la relacionas con esa fuerza vital, espiritual, ese extra que tenemos todos los seres humanos y que por lo general se ve todo su potencial cuando se tiene una fuerte convicción en algo. De inmediato te digo tienes otro suscriptor y sigo pendiente a tus publicaciónes

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2 years ago