2020...
La verdad es que no soy de hacer un resumen del año. Quizás alguna vez lo he hecho, pero no entra en mis métodos.
Sin embargo éste año ha sido algo realmente excepcional.
Ha sido el año de inflexión, el antes y el después.
Nunca antes un año aparentemente tan vacío ha tenido tantísimo contenido.
Éste año ha sido puro contenido onírico.
He descendido a lo más profundo de los infiernos y he pasado temporadas en el paraíso.
No caben tantas lecciones ni pruebas de la vida en este modesto resumen.
Empecé el año siendo una persona y lo acabé siendo otra bastante diferente.
La oxidada máquina de vapor de mis emociones se ha sobrepasado hasta el punto de haber sido devorada por la entropía.
Siento que algo dentro de mi ha cambiado. No sé si se ha roto o simplemente se ha encallecido.
Me he visto en cuatro mil callejones sin salida, entre las espadas, las lanzas y los cañones.
Y he tenido aprender a saltar al vacío.
Me he visto agitado por el violento huracán al que te arrastra confiarle tu alma a alguien que te la ha confiado a ti
He estado tan cerca de la fragilidad humana, propia y ajena, que ambos hemos nos hemos agrietado mutuamente. No sin antes fundirnos en un oscuro y apasionado beso.
He pasado una temporada en el limbo, sin más compañía que las sombras que se alojan en mi y el inhóspito aullido del bosque.
A mi, que normalmente se me veía sin ropa, me han visto desnudo.
Me han decepcionado, y he decepcionado a varios empezando por el niño que fui.
He conocido la ácida ansiedad que nace al despertar cada día en la remota isla de la evidencia, donde las excusas y las justificaciones son crimen capital.
Me he enfundado el traje de exégeta y tatuado en mis vísceras el retrato y moraleja de cada herida, rasguño y cicatriz.
Perdido entre las nieves de mi Himalaya personal, vagué sin rumbo, y en una cueva perdida destrocé abrigo, piel y parte de mis huesos en encender una hoguera. Con las pocas fuerzas que me quedaban esculpí en roca mi propia efigie, me abracé con toda mi pasión, después la devoré y tras mi último suspiro caí muerto sobre el fuego.
Me asomé al abismo y el fantasma de Nietzsche me empujó, precipitándome durante días que se convirtieron en meses.
Cuando me estrellé contra el fondo no sentí dolor. O quizás sí, pero un retorcido placer lo eclipsó.El masoquismo y el estoicismo confluyeron en mi, y me fasciné con el sabor de mi propia sangre.Desde ahora cada herida sería un festín.
Nietzsche sonrió y me devolvió a un mirador remoto de Corbera. Un Aleph neblinoso desde donde, paradójicamente, lo veía todo claro a mi alrededor.
En Barcelona, el ser humano seguía igual, incluso más marchito. Y Diciembre de 2020 estaba en sus horas bajas....
Antes de su muerte, me arrodillé en sus faldas. Pestilente, ulceroso y entre lágrimas me pidió perdón, arrepentido. Yo era el único que había acudido a acompañarlo en sus últimos estertores.Entonces le di un abrazo, le agradecí cada segundo de placer y cada lágrima que me obligó a derramar.
2020, fue un cementerio en el que millones trascendieron y se volvieron inmortales.Otros tuvimos que aprender a serlo.
¡Feliz y próspero 2021!