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Siento el agua y la frescura, la ropa mojada, el frío que dispara a ese calor implacable y mortal que se proyecta ante mi presencia en ocasiones ausente.
siento la severidad del mundo.
La sal y la sed.
Esa mirada!
Esa mirada que embiste cual inmensidad del mar en el que me sumerjo y decido sin razón alguna nadar a pulmón, nadar sin contemplar el horizonte, sin barcos mercantes, sin islas, quizás ansioso o vacilante.
¿Será esa la inquietud de quien a escondida sigue nuestra historia hasta ahora virgen y descomedida?
Claro!
Puede ser por eso que nos hacemos los locos, para no darle un disgusto a los espectadores que en su juicio te ven verme.