Capítulo 8. Malas decisiones. Tema 16.

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3 years ago

A partir de aquel día Klhovetz encontraba a Nychel con una actitud hosca cada vez que volvía con la manada. La loba, sabía bien que aquel muchacho iba a abandonar la manada para construir una vida junto a la hembra humana. Le dolía tratar de aquella manera al muchacho, pero quería ponérselo fácil. Cuanto peor tratase a Klhovetz, más fácilmente él tomaría su difícil decisión de marcharse con los humanos. Pero, pese a las apariencias hostiles, en el fondo Nychel amaba a aquel muchacho humano como si fuese su propio hijo. Ese que jamás pudo tener, precisamente, a causa de los malditos humanos. La loba, le seguía vigilando de cerca. Los humanos siempre han sido peligrosos, y no quería que nada malo le sucediese por relacionarse con ellos.

Klhovetz seguía viendo a Rorah. A medida que dedicaban más tardes a amarse en secreto, más interés perdían en el estudio de las runas. Sin embargo, crecía su curiosidad a cerca que las artes de la hechicería y se preguntaban qué otros oscuros secretos escondía el libro de Stephx, la madre de Rorah. En secreto, comenzaron a curiosear entre sus páginas y descubrieron “los rituales”.

Los rituales eran conjuntos de movimientos y palabras en un antiguo idioma que, ejecutados con precisión, podían proporcionar el dominio de los elementos: el rayo, el agua y el fuego. Comenzaron por el ritual del rayo. Según se explicaba en el libro:

Un hechicero con la suficiente habilidad mística y dominio de las artes que ocupan estas páginas, podrá concentrar la energía estática de su alrededor en un único punto y descargarla en otro a su elección, si con sabiduría dominio y disciplina se siguen los siguientes pasos y sin olvidar la cautela que los antiguos nos procuraron en sus sabias enseñanzas

Pese a las rebuscadas palabras del libro, eso significaba, en pocas palabras, que un hechicero podía llamar a los rayos.

Abrir sin permiso las páginas de aquel libro, se revelaría como una mala decisión con fatídicas consecuencias. Durante varias semanas ninguno de los dos logró ningún avance de ninguna clase. Aquello resultaba mucho más difícil que las runas. Algo se les escapaba. Rorah, trataba de sonsacar a su madre, pero no podía preguntarle directamente sobre los rituales sin evidenciar que había estado ojeando el libro sin su permiso.

—¿Qué más cosas se pueden aprender de ese libro? —solía preguntarle.

—De momento, continúa con las runas —recibía siempre como respuesta.

Ni Klhovetz ni Rorah entendían el significado de las palabras que recitaban. Y aunque realizaban los movimientos descritos en el libro con exactitud, nada ocurría. Cuando ya estaban a punto de abandonar, completamente frustrados y sometidos a esperar a que a Stephx le pareciese oportuno comenzar con aquellas enseñanzas, Klhovetz obtuvo la iluminación.

Esos pasos, esos movimientos… no eran una especie de baile. Agachar la cabeza, mostrarse sumiso, agudizar el oído y los sentidos, cerrar los ojos, escuchar y hablar con el entorno… ¡Era el lenguaje natural! ¡El lenguaje del bosque y de la naturaleza!

Qué estúpido había sido tratando de realizar aquella coreografía de manera impostada. No tenía nada que ver con eso. Era hablar con la naturaleza empleando su propio idioma, ese que conocen todos los animales excepto los estúpidos humanos. Pero él lo conocía muy bien, gracias a haber crecido junto a la manada. ¡Claro! Esa era la clave.

Y aquellas palabras… no podían ser otra cosa que el idioma ancestral. Nychel le había hablado de tiempos antiguos cuando los humanos y los animales vivían en armonía. Aquellos humanos habían desarrollado un idioma propio de druidas y de guardianes de los bosques, de los ríos, y de la vida que albergaban. Pero con el paso de los siglos, los humanos se habían distanciado cada vez más de la naturaleza y habían olvidado aquel idioma ancestral.

Todo eso era una leyenda de los bosques. Ningún ser había conocido a jamás a ningún humano como el que se describía en las leyendas. Si alguna vez había existido, su recuerdo se había perdido con el paso de las generaciones de lobos, cuervos, ardillas, peces, insectos o cualquier otra especie del bosque. Ningún animal recordaba a un humano protector, pero aún seguían circulando aquellas antiguas leyendas.

¿Sería eso? Valía la pena probarlo.

Klhovetz se puso a cuatro patas, como para entrar en contacto con su naturaleza de huargo, para oler la tierra, para sentir el viento en su lomo. Cerró los ojos durante unos segundos. Después se elevó sobre sus patas traseras como hacían los humanos y comenzó el ritual. Comenzó a hablar con el bosque.

Agachar la cabeza, sumisión.

Un giro, el ruego al bosque.

Un quejido de súplica, ‘Etev’.

Levantar la cabeza, escuchar la respuesta del bosque.

Separar los brazos, recibir su aprobación.

Un aullido agradecido, ‘la’.

Estirar la mano, concentrar el poder natural.

Taparse el hocico y la cara, respeto a su poder.

Liberación, ‘onreuk’.

Un pequeño chispazo se concentró en el punto escogido por Klhovetz haciendo un sonido chasqueante. Kich Ich kiiirrrch.

Fuente: Elaboración propia a partir de gráficos vectoriales CC. Descripción: Unos rayos caen sobre un tocón de árbol. Se lee Etev la onreuk.

—¡¿Cómo lo has hecho?! —dijo Rorah maravillada.

—Es mucho más fácil de lo que pensábamos. Solo hay que saber el idioma de los bosques. ¡Yo te enseñaré!

—¡Maravilloso! —exclamó Rorah — ¡Hazlo de nuevo para que lo vea bien!

—Espera, haré algo mejor, ya verás —dijo Klhovetz, y se apartó ligeramente.

Comenzó de nuevo.

—Etev… la… onreuk

Esta vez una bola de rayos se concentró en el punto escogido por Klhovetz.

—¡Dioses! Eso ha sido realmente poderoso —dijo Rorah con los ojos como platos.

—Creo que lo puedo hacer mejor. Ya verás. — le respondió Klhovetz.

Se alejó un poco más. Parecía muy concentrado. Estaba tratando de acumular todo el poder del entorno. Se fijó en un viejo tocón de árbol y comenzó de nuevo el ritual.

—Heeeteeeev laaaaa ¡¡¡ONREUK!!!

De pronto, los cielos se cubrieron de oscuras nubes y un enorme rayo descargó con furia sobre el tocón partiéndolo en dos e incendiándolo.

Los dos se quedaron atónitos. Eso era mucho más de lo que habían esperado. Pero seguro que también había llamado la atención de Stephx que estaría por la zona. Se miraron por un momento entre sorprendidos por el poder del ritual y asustados por lo que pasaría a continuación. En efecto, Stephx tardó poco en aparecer y se quedó boquiabierta al ver a un joven muchacho junto a su hija.

— ¡Eh tú quieto ahí! ¿Quién eres? ¿Qué has hecho, insensato?

—¡Alto madre! —intervino Rorah.

Pero la hechicera no le prestó atención y fue directa a por Klhovetz. El muchacho buscó con la mirada a Rorah que, con expresión aterrada le hizo un gesto para que huyese. Y así lo hizo. Klhovetz salió corriendo hacia el bosque, aunque no sabía muy bien por qué.

¿Qué podía pasar? Aquella mujer no le pareció tan temible, pero Rorah le tenía auténtico pánico. Nunca se sabe cuando se trata con hechiceros, pero el joven hubiera jurado que podría con ella sin demasiado esfuerzo en caso de que las cosas se pusiesen feas. Pensó en Rorah y en si sufriría algún castigo por su culpa. Se detuvo y se ocultó entre los arbustos para ver lo que pasaba. Si aquella mujer trataba de hacerle algo a Rorah, nada en el mundo impediría que saltase sobre ella.

Desde los arbustos, vio que Rorah y su madre discutían. De vez en cuando, Stephx hacía grandes aspavientos y Rorah agachaba la mirada como asumiendo su culpa. No parecía que aquello fuese a mayores.

Pero entonces sucedió…

Un zumbido, unas voces. Stephx cayó al suelo con una flecha en el pecho. Al parecer, su ritual había llamado la atención de más gente. Armados y vestidos con extraños atuendos, una veintena de hombres llegó al lugar. Rorah soltó un grito de horror al ver a su madre asaeteada en el suelo y a aquellos hombres aproximándose. Pero no llegó a soltar todo el aire de sus pulmones. El grito paró de forma abrupta cuando uno de aquellos soldados tomó su espada, y de un hábil movimiento, decapitó a la muchacha.

—Nunca dejes que una hechicera pueda pronunciar una sola palabra —le dijo a otro de aquellos hombres.

Fuente: Elaboración propia a partir de gráficos vectoriales CC. Descripción: un joven y una loba albina aúllan de dolor a una luna teñida de sangre

Klhovetz sintió un dolor como jamás había sentido. Se desgarraba por dentro, como si algo hubiese golpeado y destrozado su mismísimo espíritu. Y todo ese dolor se convirtió en furia que salió de su boca en forma de un aterrador aullido.

—AAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHUUUUUUUUUUUUUUUUUUU

Los hombres se asustaron. ¿Qué había sido eso? Con lágrimas en los ojos y lleno de furia y de dolor, Klhovetz se irguió y se dejó ver, como diciendo a aquellos hombres que no les temía y que le daba igual morir en el intento, pero que acabaría con todos ellos. Volvió a aullar.

—AAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHUUUUUUUUUUUUUUUUUUU

Esta vez hubo una respuesta.

–Ahuuu hu huuuuuu

Era el aullido de Nychel que resonaba en el bosque. Y después sonó otro. Y otro. Y otro más.

La mayoría de aquellos hombres se asustó. Pero uno de ellos, con una capucha y una daga en la mano, caminó directo hacia Klhovetz con pérfidas intenciones. Cuando tuvo al muchacho a su alcance, un terrible huargo saltó entre los arbustos y le cayó encima destrozándole la garganta.

—      ¡Hu hu.... Huaaaargoooooos! —gritó otro de los hombres para dar la voz de alarma y todos tomaron sus armas.

De entre la maleza, comenzaron a salir uno tras otro todos los miembros de la manada. Por último, una loba albina con aspecto feroz.

Los lobos atacaron primero y aquellos hombres a duras penas lograron contenerlos. Mientras, Klhovetz se acercó al cuerpo de Rorah, separado de su cabeza que había quedado cubierta por su hermosa cabellera con el color del fuego. El dolor se volvió aún más intenso. Se sentía culpable. Todo por su culpa, por jugar con aquel libro de hechicería.

Después recapacitó. Ni él ni aquel libro tenían la culpa. La culpa era de aquellos hombres que sin mediar palabra habían matado a la mujer que amaba. Sintió que algo en su interior crecía. Era algo oscuro y muy poderoso que le poseía. Sus músculos se tensaban y sus mandíbulas se apretaron hasta que casi hicieron crujir sus dientes. No podía controlarlo.

Perdió la consciencia y todo se volvió negro.

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3 years ago

Comments

Adore tu escrito. Una historia muy singular. Espero seguir disfrutando de muchas más. Linda mañana para ti Eres una de mis fuentes de inspiración Mis abrazos y besos para ti

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3 years ago

Cada capítulo se pone más buena esta historia. Etev la onreuk, onamuh ! Sol sograuh narecnev !

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3 years ago